Un amigo siembre es bien recibido

Se cansaban de la monotonía que sumergía al pueblo. Daban vueltas con el coche buscando un lugar acogedor mientras observaban el rebaño cubatero postrado en el banco de siempre, semana tras semana...

- No se cansan.
- Parece ser que no.
- Toma aguanta la cerveza, ¿llevas tabaco?
- Si
- Genial, ¿donde vamos?
- Donde sea pero sácame de aqui.

El coche seguía bailando entre las calles oscuras y recorriendo rotondas sin sentido, siempre en la misma dirección. De un giro de unos 180 grados subieron una cuesta que nunca debio estar alli y se pararon frente a un portón que daba escalofrios solo de notar su presencia.

- No me traeras al cementerio ¿no?
- ¡Mucho mejor! El cementerio me da miedo, ¿recuerdas?

Y en medio de unas risas se perdieron entre caminos sin asfaltar y ramas que les saludan de una bofetada por llevar las ventanas abiertas.

- Llegamos.

Se bajaron fascinados por el reflejo de las farolas en el mar, que brillaban desesperadas como luciérnagas que no encuentran el camino a casa. Desde aquel pequeño monte perdido se podía ver todo el pueblo: la costa parecía diminuta, el puerto mucho más grande, y el faro seguía tintineando como siempre. Sus miradas se cruzaron como si tuviesen la misma idea y, acto seguido, estaban subidos en el capo del coche con una litrona en la mano riéndose de la vida.

- Pues si que es feo el pueblo.
- Ya te digo...