Me lastimé la muñeca de tanto vaivén que le impuse a mi abanico rojo. Esfuerzo exitoso, siempre y cuando la recompensa hubiera resultado ser la esperada, pero solo conseguí añadirle a mi pésimo estado psíquico un agravante somático más.
Solo pido que alguien me ayude a frenar esta insaciable calor que se prende en mi estómago y, obligado a tomar oxígeno, trepa hasta quedarse atascado en mi garganta. Pero la rendición no parece ser su fuerte y sube...sube, asiciende y empuja hasta que, a fuerza de lágrima y sudor, consigue el breve pero intenso suspiro que buscaba...
Tirada en el suelo observo que vuelve, con apariencia de arcada reprimida - porque aún me encuentro en ayunas -, robándome las fuerzas indispensables para regalarle otro suspiro más.
No me gusta humillarme de esta manera ante mi propia materia, ya que según Shakespeare: "los santos no se mueven cuando acceden a las súplicas". Pero no soy Santa, y me doblego ante mi propia voluntad implorándole los motivos de mi deplorable estado.
¿A cambio? Solo conseguí una lágrima y un silencio.
Que venga el otoño ya a nuestros corazones antes de que caduquen...
ResponderEliminarBesos sin fecha de caducidad
este calor incendia todo con una irreverencia tan radical que nos hace presas fáciles!!! y como presas... víctimas...
ResponderEliminarcomo dice Dani, que llegue el otoño y el fresco nos haga sentirnos cazadoras!
Se acabaron las lágrimas y los silencios, tengo la solución que tú necesitas... aire acondicionado.
ResponderEliminarUuuuuu, ¡qué fresquito!