Ya no me quedan vestidos para estrenar...

Me asomo por la mirilla de mi habitación, y me descubro buscándome en las letras que tantas noches en vela me regalé. Y me sigo buscando, pues no reconozco a esa pequeña muchacha capaz de comerse el mundo con solo una mirada. Hago balance entre cuadernos, viejas agendas, folios sueltos y algún que otro "postick"traspapelado entre mis cajones y, con una sonrisa de nostalgia boba me doy cuenta que no me quedan vestidos nuevos.

Vivía encerrada en el vestido rojo fuego, tanto, que el agua no fue capaz de curarme las heridas y con el hielo solo conseguí quemaduras de tercer grado. Cambié radialmente al tutú y las mallas rosas, pero solo logré una torcedura de tobillo en mitad del bosque y tardaron días en encontarme. Decidí colgar mis zapatillas de ballet y sin percatarme, me encontraba enjaulada en un hábito cuya blancura cegaba a los más invidentes. Consiguieron arrancarme la túnica a mordiscos y arañazos, tal fue la violencia que me aislé en un lóbrego camisón negro que me bajaba desde la barbilla hasta los dedos de los pies.

Aún llevo el camisón negro, y a veces, en las grandes ocasiones, me planto el fabuloso vestido rojo, pero es un poco incómodo para llevarlo todo el día puesto.

Con esto de la crisis no puedo ir de compras y...

y ya no me quedan vestidos para estrenar.