Desde la ventanilla del autobús
podía observarla, espiarla,
vigilarla sin que se diese cuenta.
Acariciaba, abofeteaba,
le gritaba e insultaba.
Con esa dulce brusquedad
se ensañó con la arena
que siempre le acompañaba.
Como si algo o alguien le hubiese arrebatado la calma que le apaciguó estos días atrás.
Como si tuviese la intención de mostrarle a sus espectadores cada una de sus emociones.
Yo no podía dejar de curiosear,
y con perplejidad vivía
todo lo que aquella situación
me recordaba a cada instante.
Prometiste no ponerle nunca
nombre a las olas del mar
y erré, como de costumbre,
y le puse al mar tu nombre.
Ahora lo miro y te veo,
cuando le lloro me ojea,
si le rio, me contempla en silencio,
y cuando lo persigo te sigo.
Cuando te perseguía,
tras un largo veo veo
que siempre empezaba en "c",
sus aguas estaban calmadas.
Ahora llevo días sin tí
y esa inmensidad,
permanente en estado líquido,
flagela la tierra que siempre la acompaña.
Si veo el mar revuelto,
me revuelvo,
porque te creo revoltoso.
Es el único inconveniente
que le he encontrado a vivir en la costa,
ése, y los ladrones nocturnos...
bonita metáfora la de ponerle nombre al mar; me gusta!
ResponderEliminarEl mar adquiere nombres, olores y sabores de muy distintas tonalidades. Yo me cogo el azul intenso, poco salado y con olor a polvo de verano cerca de la orilla.
ResponderEliminarLa foto, nada, sencillamente genial!!
empiezo a plantearme si pretendes matarme de celos! amo el mar! aunque este fin de semana yo también lo tuve cerquita, cerquita, porque estuve por tu tierra!
ResponderEliminarEs curioso que todos los que vivimos en la costa, aunque no seamos conscientes, tenemos esa dependencia del mar que aflora cuando estamos lejos.
ResponderEliminarbonita foto!
Y escribes y partes a todos los que por aquí pasamos, mil veces leída, mil veces vivida... cómo eres... tempestad!
ResponderEliminar"Nunca poner nombres a las olas del mar." y resulta que cada ola trae el tuyo.
C c c CARRETERA!